SEXUALIDAD & PLACER

por Anónimo
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El hecho de que muchas religiones vean en la sexualidad una amenaza para el ser humano (con la única excepción de la procreación dentro de un matrimonio heterosexual) ha contribuido a entenderla mal y a ver en ella más problemas de los que debería tener y construido alrededor una serie de mentiras que confunden lo que realmente es y desvían la atención de las cosas que son realmente importantes de ella.
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Me gustaría compartir algunas reflexiones acerca de la sexualidad como hombre homosexual esperando que a alguien le puedan ser útiles. No obstante, hay que decir que esta condición de chico gay será determinante puesto que obviamente estos pensamientos sólo tienen una perspectiva masculina porque obviamente es la que conozco; así que por esto pido de antemano una disculpa a las chicas de este foro. La sexualidad también se ha entendido últimamente desde una perspectiva machista en donde al hombre se le ve como único sujeto del placer y a la mujer se le explica a partir del hombre. Por eso pienso que un hombre (aún uno heterosexual) hace mal tratando de explicar la sexualidad de una mujer.
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El placer es algo inherente a la sexualidad y es ahí donde han visto los moralistas religiosos el mayor problema. El placer ha sido considerado muchas veces como la puerta hacia el pecado y nada más lejos de la realidad. El placer es parte del ser humano, lo mismo que la felicidad, la armonía, el amor y la paz espiritual. Nadie ha dicho que debamos renunciar a la felicidad o al amor cuando los encontremos; mucho menos al placer. El placer es también corporal. La capacidad de sentirlo nos viene “integrada” al cuerpo y la sexualidad no es la única manera. Contemplar un paisaje, escuchar música, también nos produce un placer que tiene su entrada por los sentidos. El sexo nos produce otro tipo de placer el cual, según como lo usemos, nos puede llevar hacia otros placeres más sublimes.
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Si Dios creó el cuerpo entonces Dios creó el placer; por tanto, el placer también es bueno, como es bueno todo lo que él creó. Sin embargo, con los regalos de Dios se puede hacer tanto el bien como el mal, y ahí es donde entra nuestra libertad. De este modo, el placer no es intrínsecamente bueno ni malo, al contrario de los que enseñan la moral religiosa que argumentan que el sexo por el placer que conlleva es algo pecaminoso y que por tanto se debe limitar a usarse para procrear dentro de un matrimonio heterosexual (es decir, poniéndole barreras y límites para asfixiar y disminuir hasta el mínimo el placer).
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Encontramos placer en otras cosas que tienen que ver con el cuerpo y que también están relacionadas, por decirlo de alguna manera, con la parte biológica: comer, dormir, beber, defecar, etc. Siguiendo las reglas de los moralistas religiosos, si sólo usáramos las fuentes corporales de placer para lo “estrictamente necesario para sobrevivir como seres vivos o como especie” (como argumentan con la sexualidad) entonces sólo deberíamos comer las calorías que fuéramos a gastar durante el día y ni una más, con los nutrientes necesarios y sin preocuparnos por su sabor, su olor o su aspecto. Pero los jerarcas también se gozan con grandes comilonas que muchas veces superan grandemente el aporte calórico necesario para “sobrevivir” y que les genera un gran placer. La mayoría incluso tienen sobrepeso u obesidad. ¿Por qué entonces esto no lo ven como pecado? ¿Hasta dónde está el límite de la gula? Pero el ser humano tiene esta capacidad de no sólo ingerir alimentos sino de disfrutarlo, y esta capacidad le viene también por vía corporal (la lengua, la boca y el olfato vienen diseñados para detectar los sabores y gozarlos). Por eso la gastronomía se ha desarrollado tanto por todas partes y nadie ha visto en ello ninguna causa de pecado o de perdición. Bajo la misma lógica también tendríamos que dormir estrictamente nuestras horas, ni una más ni una menos. Pero por lo visto el ser humano no es sólo biología y pasarse de lo “estrictamente necesario para sobrevivir” no sólo no nos afecta, sino que es lo que nos parece más cercano a lo que es nuestra “vida normal”.
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Algunos otros argumentan que la “naturaleza” da ejemplo de que la sexualidad sólo debe usarse para procrear (porque así lo hacen los animales que por no tener malicia, ni elección, ni pecado usan de manera “natural” el sexo y lo usan bien) y citan los casos de especies monógamas que sólo se aparean para procrear en sus ciclos de celo que muchas veces son cuando menos anuales. Los animales tienen generalmente un periodo de celo dentro del cual buscan aparearse (o satisfacerse) y fuera del cual el sexo no está en sus planes, pero en los humanos esto no existe. Existen a su vez otros ciclos (como los menstruales), pero el humano puede apetecerle el sexo y practicarlo en cualquier época. Además, en los animales, desde los insectos, las aves, los reptiles hasta los mamíferos, las conductas sexuales son muy variopintas. Están desde las arañas que después de aparearse devoran al macho, e incluso las que se comen a sus crías; los ratones que tienen en su vida un solo periodo de apareamiento y se ponen a fecundar cuantas ratonas pueden hasta que caen muertos, literalmente, del cansancio; los reptiles, moluscos, insectos y peces que según las necesidades cambian de sexo para poder reproducirse y otros que esparcen su semen por doquier esperando que le llegue a alguna hembra. Están también los mamíferos que habitualmente se masturban y los que tienen conductas homosexuales. Pero estos ejemplos no son citados por los moralistas que ejemplifican cómo debe ser un “sexo santo” con las actitudes de algunas especies animales. No obstante, esto no quita que existan también especies que se aparean una vez en la vida o que lo hacen sólo con una única pareja.
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El sexo, las conductas reproductivas y no reproductivas de los animales no son un buen ejemplo para dar un modelo de una “buena” sexualidad. Lo único que nos dicen es que el sexo, incluso en su manera más biológica, es muy diverso. Pero en el ser humano lo es más. Nosotros podemos darle a las cosas significados y sentidos que pueden ser muy diferentes de persona a persona, de tal manera que un orgasmo, una caricia, un beso, son quizás movimientos o sensaciones corporales o biológicas, pero cada persona, dependiendo de la situación y del momento, vive con ellos experiencias completamente diferentes. Estas experiencias llenas de significados, experiencias, sentimientos, y que por ello van más allá de un plano biológico o estrictamente reproductivo, son lo que llamamos la sexualidad.
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En la sexualidad no hay nada que diga cómo deben ser las cosas. Se manifiesta y se experimenta de maneras tan diversas que es un verdadero ejercicio para la libertad. Puede ser abstinencia, vida en pareja, soltería, sexo sin compromiso, homo, hetero, bi, trans, con un largo etcétera. El punto es que sea una elección y que sea nuestra elección. Y como toda elección, hay que asumir lo que conlleva y descartar otras opciones. Otra clave es la tolerancia y el respeto. Nuestras decisiones no tienen por qué ser las de los demás y nadie tiene la vara para medir y juzgar la sexualidad de otro. La sexualidad es algo tan complejo que al hablar de ella siempre se corre el riesgo de estarla minimizando o generalizando.
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Con todo, siempre los excesos son malos, pero poner el límite corresponde a cada uno. Comer y beber sin medida lleva muchos riesgos, al igual que el sexo sin reflexión ni responsabilidad. Liberar la sexualidad no significa hacer lo que uno quiera sin pensar en las consecuencias para uno mismo ni para los demás. Significa enfrentarla y decidir luego de conocerla. Significa tomar nuestras propias decisiones y ver en ella un medio y no un fin. El fin es el amor, la felicidad y la completitud. ¿Con quién? Que cada uno lo decida.
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